Cuando tenía 7 años

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Cuando tenía 7 años no sabía nada del amor, entonces me pregunté por primera vez "¿qué es el amor?"
No se lo pregunté a nadie, sólo a mi misma. Tenía 7 años y creía que encontraría la respuesta sola.
¿Era lo que veía entre mis padres?
¿Era lo que veía en la TV?
o
¿Era lo que sentía cada vez que probaba mi pastel de chocolate favorito?
Intenté encontrar la respuesta mezclando las 3 sensaciones. Fue maravilloso. Realmente creí estar enamorada y me gustaba sentir que era así, era como probar un poquito del mundo de los grandes.

Cuando tenía 7 años yo creía saber qué era el amor hasta que me preguntó por primera vez "¿cómo te llamas?"
No le respondí a nadie más, sólo a el muchacho extraño. Parecía muchos años mayor que yo, aunque sólo fueran 2.
¿Era igual a lo que veía entre mis padres?... no.
¿Era igual a lo que veía en la TV? ...no.
¿Era como el sabor del pastel del chocolate?... a veces sí, a veces no.
Encontré la respuesta cada vez que prefería jugar conmigo en vez del resto. Fue surreal. Estaba enamorada  y me gustaba saber que era así; sin embargo, el mundo de los grandes comenzó a parecer extraño, no me sucedía lo que veía entre mis padres, no me sucedía lo que veía en la TV,  y a veces resultó tan amargo como el chocolate sin azúcar, cuando comenzaba a caer el sol  y nos obligaban a regresar a casa.

¡Ah, el regreso a casa!
Era como chocolate amargo tener que cerrar la puerta, pero la dulce esperanza de verlo al volverla a abrir era el más dulce de los postres. Porque sí, era como un postre. El postre que se comen los niños al comienzo de la tarde, cuando todos los adultos comienza a hablar y entonces de repente la puerta abierta es sinónimo y canto de libertad. Su puerta siempre estuvo abierta con anticipación, era como si me estuviera esperando. Tengo el vago recuerdo de él confirmándolo, y más claro el recuerdo de mí salir corriendo.

Cuando una es pequeña, el tiempo lo sientes al igual que un dios: sin pasado ni futuro, sólo el hoy. A los 7 años la puerta abierta en el juego eran minutos, estrellas fugaces de recuerdos que se volvían inertes cuerpos celestes de eterna órbita elíptica una vez vuelta a cerrar. Hasta que un día la puerta volvió a abrirse, y en efecto tú estabas ahí, pero ya no para jugar conmigo ni con los demás. Era para decirme adiós. Al parece yo a ti y no tú a mí.
Ese día aprendí a contar las horas  y los minutos, y que el trayecto de la casa al auto es el camino más amargo cuando se trata de separación. No eras tú el que se movía, era yo. No vi las señales, nunca lo vi venir.

La hora del postre dejó de existir para mí.

Cuando tenía 17 años yo pensaba que no sabía nada del amor, entonces me pregunté por primera vez "¿dónde estoy?"
No se lo pregunté a nadie, sólo a mi misma. En mis bolsillos sólo había una barra de chocolate a medio comer y una agridulce sensación de deja vú.
Ya no me hice preguntas. No esperaba respuestas.
Fue extraño y casi decepcionante recordar que para la gente de mi edad las puertas ya no se abren, las cosas se vuelven complejas y hace falta más que un juego de manos para saber qué es lo que esconde el otro. Así que no me detuve a esperar que se abriera y fui yo misma quien me obligué a entrar a mi propia puerta y no salí hasta la puesta del sol.

Pero aún así la  respuesta me encontró.

"¿Te acuerdas de mí?"

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