Quemando páginas

4:51 p.m.

No es lo que parece. En serio. Con ese título melancólico no pretendo hablar de romance, hoy no tengo intenciones de incluir relaciones amorosas en mi monólogo pseudo reflexivo de domingo por la tarde. Hoy quiero hablarle a todos, y quiero hacerlo de la manera más clara posible -o al menos bajo mis propias instancias-.

Hablemos de quemar páginas, pero no nos limitemos al sentido sobre explotado que le han atribuido los medios masivos de comunicación, sino en el sentido de ver nuestra vida como un libro que cada día tiene una página menos... y no, las páginas no representan cada día vivido: representan lo  que tenemos en el presente. Dado que vivimos en el presente, la ceniza producto de cada hoja incinerada representa nuestros recuerdos, y al igual que en la naturaleza, estos también son capaces de esparcirse con el tiempo. ¿No es una bonita analogía?

Hay un lugar específico al que quiero llegar con esta metáfora y no tiene nada que ver con vivir cada día como si fuera el último... o tal vez sí. Al hablar de quemar momentos importantes, me refiero a quemar nuestra juventud. Sí, ese dulce, ese amor, esa sensación de inmortalidad; aquella etapa que no vuelve y que cuando vuelve lo hace en forma de ceniza para recordarnos la efervescencia del tiempo y la futilidad de los afanes diarios. Sucede que ahora más que nunca me doy cuenta de cómo existen personas con la necesidad de quemar páginas de recuerdos, de crecer rápido y no dejar rastro. Combinan su mala percepción de lo que deben ser la bases de la juventud y viven impulsados por sus deseos de huir. No los culpo, hay mucho de qué huir en este mundo.  Pero, ¿por qué tratamos de huirle a la juventud tratando de correr hacia la adultez?

No se preocupen por la respuesta, es sólo una pregunta retórica.

Existen tantos lugares a dónde correr, pero insisten (me incluyo a veces) en idealizar la adultez, aunque no todos: algunos idealizan personas, algunos se aferran a amores frustrados, algunos tratan en vano de construir castillitos de arena de logros académicos sacrificando tiempo valioso con los suyos (tiempo que NO vuelve) y otros -en las mejores circunstancias- tratan de refugiarse en amistades lejanas, en relaciones codificadas y cartas anónimas. Luego, cuando estas cosas los cansan, toman la postura de qué-me-importa y en un arrebato de insensatez lo echan todo al fuego... tiempo, valores, escrúpulos, las consecuencias que tendrán sus actos sobre aquellos que los aman, su pudor, e incluso aquello que sí les importa pero que sólo percibirán cuando no sea más que polvo esparcido.

Quemar y huir... y a veces no huir pero quedarse peor. Dejar que las cenizas se queden sobre tu cabeza  y apestar a humo hasta la adultez. Quemamos todo porque nos da una excusa para huir, para deshacernos de todo, nos ayuda a convencernos de que nunca sucedió, porque es más sencillo que aprender a vivir hasta la última oración de la página... porque es más sencillo que aceptar que no queremos leer hasta el final.

Yo no sé si sea por miedo, pero sé que más miedo me da vivir así: destrozando a fuego lento todo lo que la Vida me permite tener ahora sin detenerme a leer entre líneas. Yo quisiera -tanto para ustedes como para mí- ser lo suficientemente valiente y aceptar el hecho de que no importa qué tan lúgubres o apasionantes parezcan las líneas de hoy, sino que lo importante es cómo interpreto esas páginas incluso si sólo parecen contener ideas descabelladas, y si no, en el más extremo de los casos, arrancarla y volverla origami, pero no destruirla como si de alguna manera pudiéramos quemar también las cenizas que dejará. Me dirán que no he tenido páginas suficientes  para sacar una conclusión,  y la verdad es que no creo que nadie las tenga jamás; mas pienso que en eso consiste "el arte de vivir", no en angustiarnos y huir de las asperezas del presente, sino en aprender a leer su contexto,  analizar entre líneas y no inferir finales apocalípticos.

...y bueno, si te cansas de lo que lees, comienza a escribir ;)






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