Bloquea mi número

9:07 p.m.



Llevo tantas horas bajo el frío del aire acondicionado que cada tanto debo voltear la vista hacia la ventana a mi izquierda para no olvidar que hoy el sol brilla más que nunca. A mi alrededor hay más personas, veintitrés  con exactitud, y lo único que tenemos en común en este espacio es la vista de cuatro paredes desnudas cuya calidez de tono hace irónico contraste con la frialdad de la habitación. Muy cómodo, aunque poco pedagógico si me preguntas qué opino al respecto. Desde la mañana he imaginado con infantil ilusión que venías, incluso te he apartado una silla, pero no creas que ha sido sencillo, he tenido que inventar una excusa que raya en lo inverosímil para mi habitual compañero de pupitre. Es muy perspicaz, casi tanto como tú.

Mientras trato de enfocarme la tarea del momento, evalúo nuestra situación y me encuentro con que llevamos tiempo explorando algo que los dos hemos configurado como “verdad”, intercambiando fotografías con la esperanza de que nuestros sentimientos vayan impregnados en la estética del paisaje de turno. Mis noches son tus días, o así lo dice el meridiano. Tus días son mis noches, o al menos esa es la metáfora que nos consuela en las tardes de nostalgia e imaginación. Es como la estridente fragancia de mi compañera de al frente –una mezcla intensa entre flores exóticas y esencia genérica desconocida-, intenta ser dulce pero causa irritación.

Su aroma sofocante me devuelve a la realidad y, al igual que mis compañeros, finjo una desmedida concentración en lo que escribo, pero sé que la superficialidad de mi escrito me va a delatar tarde o temprano y no es sólo por ti o nuestro diálogo pendiente o por escribir con la tan odiada tinta azul, sino también por esa tiránica sensación que me oprime el pecho y apuñala la consciencia, la sombra de un pasado solitario acechándome desde que tomé consciencia de él.

Y es que antes de conocerte, el patrón era el mismo: evitar cualquier contacto real que pudiera vulnerar mi barrera emocional cimentada sobre abandonos prematuros, aislándome abruptamente de todo aquel que intentara acercarse. No reparé en ello hasta que te conocí y temo que si no actúo al respecto, volveré a poner un nuevo bloque en mi interminable mural, intentando protegerme del vacío y valiéndome de cada uno para hacerlo ascender cual torre de babel; no dejaré que nadie trepe lo suficiente y entonces volveré a sentirme sola. Me iré a dormir y cuando haya recuperado las fuerzas suficientes para despertar dejaré intencionalmente que alguien me encuentre para repetir el ciclo.

A pesar de ello, y de la ansiedad producto del susurro de mi bolígrafo sobre la hoja y el canto mecánico del reloj anunciando sus reducidas oportunidades para construir una estructura sintácticamente coherente, he encontrado algo en los destellos de la luz natural que me recuerda a ti llamándome a ser valiente. El rastro amargo del café mañanero se disipa y de repente sé que quiero que conozcas lo mejor que hay en mí.

Así que planeo mi propuesta y la ensayo mentalmente para ti:

“Conóceme. De verdad. Bloquea mi número y háblame de frente. Mírame a los ojos. Quiero oírte titubear y no encontrar las palabras; contarme un chiste malo y vivir cada segundo de un silencio incómodo. Quiero ver tus reacciones y quiero que veas las mías, que veas cómo esquivo la mirada cuando me siento vulnerada. No más 140 caracteres de noche y día. No más líneas premeditadas, reacciones anticipadas, ni interrupciones del auto corrector, porque tú, amor mío, has dicho que estás feliz de haberme conocido pero en realidad aún no has visto lo mejor. Todo esto puede valer la pena. Si tan solo bloquearas mi número y vinieras a verme…”

De un momento a otro, el clásico sonido estridente de toda preparatoria me devuelve como ancla a la realidad. El silencio se corta con las voces mis compañeros y el ajetreo de las hojas que hay que entregar. Dejo caer el bolígrafo casi de manera inconsciente y me dispongo a salir por la puerta de madera pero alguien más la abre antes que yo. Por una fracción de segundo espero que seas tú; en cambio, sólo recibo el abrazo del calor veraniego y la visión de otras personas vestidas como yo cruzando el corredor.

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