No es un misterio que mientras más bonita es una caja, más interesante se vuelve su contenido y, si este es guardado de forma misteriosa, lo es aún más. Lo mismo sucede con los seres humanos, para ser específica: con los adolescentes, que pasan su juventud tratando de llenar su caja con artilugios novedosos y originales -que al rato de la hora resultan todos iguales- para tratar de impresionar a la persona que se digne a abrirla, y así, darle sentido a todos los esfuerzos que se hizo alguna vez para llenarla. Y creemos que todo eso nos hace especiales; creemos que hacer todas esas cosas con tales fines es un rasgo propio como individuos y mas no como algo propio de nuestra edad. Todo es para impresionar, todo es para destacar. Ni siquiera lo que se hace por uno mismo. Y eso nos gusta.
In
cartas,
confesiones
Léeme
Me gusta la forma en la que me consuelas cuando me quiebro, la forma en la que comprendes mis demonios y me ayudas a deshacerme de ellos sin hacerme daño a mi misma. Pero no estoy enamorada.
Me gusta que reconozcas cuando hago bien algo, la forma en la que me entusiasmas al hacerme notar una virtud que ni yo misma reconocía en mí. Pero no estoy enamorada.
Me gusta cuando hablas conmigo en los momentos en que me encuentro haciendo algo cotidiano, cómo me haces sentir inteligente cuando me preguntas algo para lo que sabes que tengo la respuesta perfecta. Pero no estoy enamorada.
Me gusta cuando reconoces que me veo hermosa, cuando me halagas con tus términos exéntricos, aquellos términos que sólo tú y yo comprendemos . Pero no estoy enamorada.
Me gusta cuando me hablas entre
la multitud, entre el bullicio del salón alborotado, entre comidas silenciosas, silencios incómodos y
cuando me detienes diciéndome que algo no vale la pena discutir. Me encanta.
Pero no estoy enamorada.
Me gusta cuando decidimos quién puede sernos de utilidad, la forma en que me recuerdas qué es lo que me conviene y cómo debo tratar a las personas que no reconocen tu superioridad. Pero no estoy enamorada.
Me encanta la manera en la que me
haces sentir única entre tantas y tantos, cómo sabes exactamente qué resaltar
en el momento apropiado, y también cuando me acompañas con tu sentido del humor
al criticar despiadadamente lo que no me agrada. Todo eso no me gusta, me
encanta. Pero no estoy enamorada.
Lo que siento por ti va más allá
de la admiración, el deseo o cualquier otra cosa que un humano pueda sentir por
otro humano. Yo no te amo, te idolatro.
Te he hecho un altar en mi mente y
no me he molestado en ocultarlo. Cualquier cosa que yo haga o decisión que yo
tome gira en torno a ti y sólo a ti.
Porque eres lo único que tengo y lo que único que quiero. Porque no
quiero a nadie más, nadie más hace todo lo que tú haces por mí en la forma que
lo haces tú.
A pesar de eso, no te amo, porque
te conozco mejor que la palma de mi mano. Porque sé que eres traicionero y vas
a devolverme todo lo que no me dejas darle al mundo en tu miserable intento por
‘ayudarme a ser mejor’. Porque sé que tú no eres de fiar y que si te portas
bien conmigo es porque no te queda de otra, porque no tienes más opción. Porque sé que la sonrisa que me dedicas todos
los días al levantarme es solamente un ilusión. No es real.
Pero sobre todo, no te amo,
porque jamás me lo podrás retribuir. A ti te gusta sentirte amado, pero jamás podrás
dar una sola pizca de amor. Y yo no seré la excepción. No te amo, nunca lo
haré.
Finalmente, yo no te amaré jamás
porque eres sólo mi reflejo, y cualquier cosa que yo haga será inútil porque ni
las balas, ni las espadas, ni los insultos, ni el veneno más letal logran
acabar con lo que hay del otro lado del espejo.
Atentamente,
Yo, Narcisa
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Nota: No soy narcisista, pero tomé eso como inspiración para esta carta.